Antecedentes.
En uno de sus artículos titulado “Los contestatarios del poder” el crítico uruguayo Ángel Rama afirmaba que luego de 1964 aparece en la narrativa latinoamericana una actitud diferente, de jóvenes escritores intentando acercarse a la realidad que los circundaba y desligándose de la abrasiva expresión de los hitos del llamado boom latinoamericano. Para estos nuevos escritores es fuente de creación “la vida social del grupo afín, tanto del cenáculo como el barrio, el patio de la Preparatoria o el café de la esquina, el suburbio acechante o el ghetto de la minoría étnica las zonas marginales de todo poder cuya visión del mundo, lengua y formas de comportamiento han manejado con soltura, sin necesidad de explicarlas o defenderlas, volviéndolas protagónicas de la literatura” (489).
El escritor expresa en su obra, más las experiencias personales que las librescas y, sin someter su ejercicio a la simple exposición autobiográfica, explora renglones de su cotidianidad. Se introducen, entonces, nuevos discursos en las piezas literarias: el cine y la música popular –especialmente el rock-, los medios masivos de comunicación, los conflictos de la juventud. También las estrategias narrativas y el lenguaje cambian: la primera persona se enarbola como sinónimo del realismo cotidiano –ya no socialista, ni crítico, ni pedagógico - y la prosa se salpica de coloquialismos de diferente orden. Bajo esta renovación aparecen Andrés Caicedo y Umberto Valverde en Colombia, así como también una obra como Aire de Tango de Manuel Mejía Vallejo.
Esta narrativa estableció un contrapeso a la tendencia literaria culta del país que va, en prosa, desde Jorge Isaacs hasta el mismo Germán Espinosa, pasando por Eduardo Zalamea y los escritores de la literatura de la violencia. Es una tendencia que había roto, de alguna manera, Tomás Carrasquilla, con la inclusión de modismos propios de la cultura paisa, aunque en Caicedo y Valverde el modismo no recuerda la vida campesina sino el individuo de ciudad.
Estos escritores de la ciudad contemporánea, de la juventud y sus nuevos discursos, de las marginalidades urbanas, corren el riesgo de ser muy locales, de hablar sobre el barrio y quedar atrapados en sus calles, de referirse al terruño –llámese el río Pance o en general la ciudad de Cali- y no salir nunca de él. La polémica alrededor de ellos se ha centrado, especialmente, en su posible provincianismo.
Sobre la calidad literaria de Andrés Caicedo aun percibo reservas en el ámbito de la crítica nacional, pese a los trabajos universitarios y los libros que se dedican a la vida y obra del caleño. Umberto Valverde (con Bomba Camará) y Manuel Giraldo (Conciertos del desconcierto), continuadores de esta actitud irreverente son poco explorados hoy en día. Sin embargo, estos tres últimos son los puntales en Colombia de una narrativa que Rama denominó contestataria y en cuya línea ubico el libro de cuentos De música ligera de Octavio Escobar Giraldo.
Ensayar la misma vía: el riesgo.
Afirma Ricardo Cano Gaviria: “Una de las empresas más delicadas que ha de afrontar un autor que opte por reincidir en los temas apocalípticos o subculturales después de Caicedo, es la de adquirir una mayor perspectiva, que lo salve del provincianismo en el que, habiendo remontado apenas vuelo, volvió a precipitarse el autor de Que viva la música” (396). No me detendré en la dura evaluación de la narrativa de Andrés Caicedo y he retomado la cita para expresar mis coincidencias sobre el reto de quienes continúan en la tarea de escribir sobre las culturas urbanas, desde su propio lenguaje.
Un primer peso cae sobre sus espaldas: los narradores de las culturas urbanas hoy ya no son contestatarios. Esta descualificación los priva del tinte de originalidad que podrían tener sus antecesores y los invita a buscar salidas diversas, porque un lector contemporáneo más o menos enterado no soporta copias desteñidas. Es casi un lugar común que las malas segundas partes son agotadoras y tristes.
Hay un segundo reto al que se enfrentan: ser contestatarios de quienes antes se consideraron contestatarios. Huir de la influencia de Caicedo y de Valverde a pesar de que, de alguna manera, vuelven sobre los mismos temas –la cotidianidad del individuo de ciudad, la música popular, el cine, las drogas, las bebidas, la actitud irreverente-, con los mismos lenguajes. ¿Alguien podrá deshacerse de las influencias y conservar la esencia del espíritu de las “subculturas”?
En De música ligera de Octavio Escobar Giraldo hay un intento de recuperar y romper al mismo tiempo con la tradición de contestatarios. El libro está conformado por nueve cuentos, cuyos títulos recurren a la música –rock, pero también romántica y hasta oficial-, la televisión y el cine. Nada nuevo por ahora pero en casi todos ellos se expresa la intención de lograr la unidad de efecto a la que se refería Edgar Allan Poe. Dicha unidad implica que el escritor prevee la manera como su texto perturbará el espíritu del lector.
No quisiera absolutizar la lectura de estos cuentos pero en “De música ligera” –la narración que le da título al libro- experimento la soledad de un hombre casado en una época de amores fugaces, en “Nino Bravo que estás en los cielos”, una suerte de pena por la pérdida de una amante, mientras que en “El año en que Gun’s and Roses dominaba las listas” hay mucho de desazón. Me detendré ahí para no agotar mi lista.
La unidad de efecto parece ser lo que deslinda algunos cuentos de De música ligera de sus antecesores es decir, de Caicedo y Valverde, aunque sobre esta hipótesis de lectura también puede haber interrogantes ¿No hay acaso unidad de efecto en “Maternidad” o en las mini ficciones “Un hombre fresco” “pensamiento luctuoso” y “El hombre y el cine”.
Supondré que en esto radica la diferencia del libro de Escobar Giraldo porque lo demás es conocido: giros lingüísticos muy criollos (madrazos, sobrenombres), figuras de la televisión nacional –como Pacheco- que dudo mucho que conozcan en otro país, películas de diferentes épocas, relatos en primera persona, costumbres de las ciudades, vicios del colombiano. Es una prosa entretenida aunque un poco sometida al manido ritual contestatario. Por lo demás, cuando en el libro se trata de experimentar con otros lenguajes como en “Nunca es triste la verdad”, la tensión decae y se hace un poco sosa.
El libro De música ligera es una apuesta peligrosa en tanto puede caer en los lugares comunes del pasado y convoca los discursos de la cultura popular desde un lenguaje tan desenfadado como el que sugirió Andrés Caicedo. Acaso este libro ensaya la misma vía de otros del pasado.
Referencias.
Rama, Ángel. “Los contestatarios del poder” En Panoramas: la novela en América Latina. Bogotá: Procultura, 1982.
Cano Gaviria, Ricardo. “La novela colombiana después de García Márquez” En A.A.V.V. Manual de Literatura Colombiana. Bogotá: Planeta Editorial, 1988, Tomo II.
Leonardo Monroy Zuluaga