sábado, 5 de diciembre de 2009

DE GATOS Y POEMAS.

"Soy Pink Tomate, el gato de Amarilla. A veces no sé si soy tomate o gato. En todo caso a veces me parece que soy un gato que le gustan los tomates”.

Rafael Chaparro.
Opio en las nubes.

Desde hace aproximadamente seis meses que refugié esa obstinada vaina de vivir solo en la figura de un gato. Bueno he de decir que cuando yo pensé que era macho resultó ser hembra la muy timadora, pero igual, para cuando descubrí la farsa ya me había acostumbrado a su presencia nocturna, sus chillidos espantosos por comida y sus lametazos a las cinco de la mañana, otra vez por comida. Así que no hubo más que permitir que se quedara acompañándome.


A estas alturas ya se preguntaran qué importancia tiene que un cínico posea una mascota y pretenda hablar de literatura colombiana empleando como preámbulo un triste gato, que entre otras cosas no es ni de raza ni se alimenta con altura.

Pues bien, tiene tanta relación como importancia, porque hace meses –y de esto ya existe una reseña- me regalaron una antología de poesía colombiana en la que aparecen los ganadores de los concursos departamentales de poesía, y en la que se encuentra, entre otras cosas, la proyección de los nuevos poetas y sus visiones sobre la escritura y el mundo.
Es en este libro donde me encuentro de cara con una poesía llena de acertijos, de juegos intelectuales, de nuevos reconocimientos y de otras formas, sobre todo aquellas que desbordan en minimalismos y en comparaciones, tal y como lo manifiesta la palabra poética de Francisco Javier Gómez Campillo, poeta del Cauca y Licenciado en Español y Literatura de la universidad de la región.

Resulta trascendental que cuando en medio de mis noches aparecía la gata con sus ojos refulgentes y abismales no quedaba de otra que resignarse a quedar metido entre las cobijas soportando el ataque de la bestia contra los inocentes pies descubiertos. Ese hecho me revelaba tan frágil y sumiso que entonces, y sobre todo en los tres últimos meses, estuve muy dado a creer que la mascota de Itzae –así se llama mi gata- era yo.

Recordé en una de esas fructíferas cavilaciones que en las páginas de la antología había un poeta que hablaba de los gatos y que me era preciso acercarme a sus poemas para ver qué relación existía entre su fijación por los felinos y mi tormento nocturno, así como también me recordó la lectura de Opio en las nubes.

Para sorpresa mía, hallo en la poesía de Francisco Gómez no sólo una evidente inclinación por los mininos, sino que los pone en juego con otros elementos de la habitación como las ventanas, los espejos y la noche misma, configurando una propuesta que recoge el sentido de cada cosa como centro de un universo en el que ella misma es la periferia de otro centro, de otro universo y así, hasta que se pueda imaginar la mente cansada y parca de los que poco imaginan, para terminar en el universo de un gato que lo contempla todo en medio de una aparente ceguera.

“Y sé también que mi gato es ciego para muchas cosas,
Pero de algún modo su ceguera lo contempla todo”.

Diálogo de las ventanas es el nombre que recibe el poemario ganador del permio departamental de poesía en Cauca, compendio de catorce poemas estructurados a partir del verso libre y sin mucha preocupación por la estructura, pero con profundidad en los versos y en las imágenes. Ellas expresan la insignificancia de cada cosa ante las demás y, a la vez, la importancia de las pequeñas cosas para lo macro, como en un juego que revela, al decir del prologuista, el pleno conocimiento del Budismo Zen del autor.

“las nubes… son blancas y diminutas como la leche que lame el gato
Son negras y vastas como las pupilas del gato en la noche.”

En estos versos se potencia la verdadera imagen poética, sin pretensiones de ilustración o majestuosidad intelectual: sólo la imagen cuenta, la sencillez de una escritura que demuestra madurez en las ideas y que por lo mismo hace que el lector otorgue mayor trascendencia a cada palabra, porque también el lector reconoce que en su cotidianidad, gracias a la revelación de la palabra de Francisco, todas las cosas mínimas son objeto de absolutas reflexiones, como me sucede a mí.

Puede que mi gata no tome leche, pero sí bastante agua; tal vez no pueda devorar impaciente un “Whiskas”, pero se come sus pepas comunes con la misma gula, y cada pepa – esa es la reflexión- puede ser un universo antojado para mí en sus fauces. Puede que también ella lo sepa y entonces sea una asesina galáctica que tarde o temprano terminará devorándose también mis pies, y puede que (…)

“El gato contempla su rostro en el agua que fluye
Como el fluir su rostro es siempre el mismo
Como el agua su rostro es siempre otro.
El gato se inclina sobre el agua y bebe de sí mismo
Beber de sí mismo en su centro
Su centro no tiene forma
Su forma no tiene fondo…

(…) me pierda en las cavilaciones que me llevan también a pensar que cada lengüetazo que da en su vaso de agua es la consumación misma de su ser, que se puede beber a sí mismo y que en cada bocanada de agua existe el saborear la existencia. Me gustaría entonces estar en una represa, profunda, y ver mi cuerpo en el estanque y poder, con toda naturalidad, pegarme un sorbo extenso, sorber y sorber mi existencia mezcla de agua y cuerpo, para entender por qué es posible que la gata se consuma lenta y saboreadamente mis pies cansados cada noche, como si quisiera ser parte mía o recuperar una parte de sí que ya no está.

La cosa es que desde que leí estos poemas de Francisco Gómez no puedo ver a la gata con los mismos ojos, y no sé hasta qué punto pueda resultar para ella perjudicial, pues en cada esquina la veo y la persigo para auscultar sus movimientos, para llenarme de sus pupilas negras y explayadas de noche.

Me gusta comprender, después del éxtasis, que mi gata observa desde lo alto de un palo cómo el ridículo hombre que la cuida tiene entre sus ojos a otro felino que no es ella, y lo sigue, y se embelesa anonadado de mininos por doquier, que la alucina cada instante porque –como dije en una reseña anterior- el cuarto es un perfecto espectáculo del anti espacio y en consecuencia no hay más que adaptarse a tenerla todo el tiempo ronroneando en el calzado, hasta que a fuerza del desencanto pega un salto y se va, tranquilamente:

“el salto que se lleva dentro
Salta como un gato
Y en su lugar sólo queda el ojo del gato contemplándolo.”

Creí que todo este alucine era un problema personal, pero no es así. Me he dado cuenta que Francisco es un paranoico y esquizoide que teme o ama tanto a los felinos que cree verlos en todas partes. “En el cielo la nube toma un instante la forma de un gato.” Los que tenemos por mascota un minino tendemos a ser obsesivos por el detalle concentrado en los ojos del animal, que persigue cosas invisibles, que se enternece ante un pin pon sólo porque en sus adentros el poder destructor de galaxias ya ha detonado y porque finalmente, y como dice el poeta: el hombre poeta se detiene(…)

“y mira en un instante leve el huir de la mariposa
Y mira un destello feroz en los ojos del gato
Que miran la mariposa trazar los signos de la muerte en el
Aire
Y se le viene a la mente de súbito
La conocida fábula de Chuang –Tzu
Y escribe:
“Dios cara de gato
No te comas a Chuang –Tzu.

(…) ante cosas tan hermosas y sencillas, que terminan por construir mil universos con sólo darse cuenta qué tan importante ha sido la aparición de un gato, o mejor de una gata, en su vida, en sus noches y en su poesía.

Gracias Itzae, y Gracias Francisco, por mostrarme el universo que se esconde en la relación de gatos y poemas.

OMAR GONZÁLEZ.

Ficha del libro: GÓMEZ, Campillo Francisco: “Dialogo de las ventanas”. En: por los verdes, por los bellos países. Antología de poesía. Premios departamentales de poesía1998. Pág. 109.-129.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿QUÉ OPINA USTED?